En colaboración con el Museo de la Universidad de Alicante.
Luis Cubillo encontró en Arcadio Blasco el contrapunto perfecto para la radical arquitectura que desarrollaba a finales de los años 50 y primeros 60 del siglo XX, momento en que comenzaron a colaborar. Si lo habitual, fundamentalmente en la construcción de los nuevos templos, era la subordinación del artista al arquitecto, en el caso de Cubillo y Blasco se dio una absoluta libertad. El artista pudo experimentar con la forma, el color, las grandes dimensiones o la manipulación de la materia para conseguir efectos plásticos que enriquecieron decisivamente los primeros edificios de Cubillo. Dos fueron sus grandes hitos: la iglesia del poblado dirigido de Canillas, donde participó en la concepción misma del espacio arquitectónico, y el Seminario de Castellón, donde realizó la mayor vidriera de su tipo realizada en España hasta el momento, una gigantesca espiral de luz que cubría la totalidad del espacio sacro.
Es fácil rastrear la evolución de la obra plástica del artista a lo largo de los años de colaboración con Cubillo, desde la figuración de sus primeros trabajos hasta su deriva hacia una abstracción orgánica a principios de los 70. Las espirales o los desarrollos dieron paso a los objetos-idea, y todos ellos encontraron su trasunto en las vidrieras de los templos de Cubillo. Y, aunque las geometrías posconciliares del arquitecto se tornaron más complejas, Blasco fue capaz no sólo de dar respuesta eficaz a sus nuevos requerimientos, sino de seguir experimentando técnica y formalmente, con resultados especialmente brillantes en las madrileñas parroquias de San Fernando y de Jesús de Nazaret. A pesar de sus diferencias religiosas o políticas, arquitecto y artista compartieron una visión vanguardista de sus respectivos oficios, así como una común concepción sobre la necesidad de apoyar sus diseños en un dominio absoluto de la técnica que los propiciaba.
